Alma Delia Murillo
21/04/2012 - 12:02 am
Herido Dios
Me duele la cabeza. Anoche Dios vino a cenar y se puso necio. Mi casa está destrozada, sobre todo la cocina que se ve como de la posguerra. Ese cabrón. Pero la culpa es mía por andar de bocona. Anteayer por la noche, antes de irme a la cama, escribí: “Querido Dios, concédeme el milagro […]
Me duele la cabeza. Anoche Dios vino a cenar y se puso necio.
Mi casa está destrozada, sobre todo la cocina que se ve como de la posguerra. Ese cabrón.
Pero la culpa es mía por andar de bocona. Anteayer por la noche, antes de irme a la cama, escribí: “Querido Dios, concédeme el milagro de la multiplicación de las botellas de vino tinto, el chocolate y los lectores. A cambio te daré lo que me pidas”.
Vamos a ver, ¿quién puede tomarse en serio semejante declaración? Pues sí, sólo Él.
Así que se apareció con dos ángeles, guapísimos, por cierto. Yo estaba pensando en qué preparar para la cena cuando tocaron el timbre. Nunca recibo visitas y cuando llaman finjo que no estoy, suficiente tengo con soportar mi humanidad como para tolerar otras y además en la intimidad de mi casa.
No contesté y el timbre siguió sonando cada vez más con más vehemencia. Yo seguí haciéndome pendeja cada vez con más vehemencia… hasta que escuché mi nombre.
– Alma, soy Yo.
– ¿Quién eres?
– Yo soy El que soy.
– Yo también soy la que soy y la que soy no espera a nadie. Dime quién eres o no abro.
Me asomé por la mirilla y me pareció distinguir a un vecino. Abrí.
Ningún vecino, era Dios que entró como si estuviera en su casa y se sentó en mi sofá. Los dos ángeles se pararon delante de la puerta.
– Vengo a cenar y a cumplir mi parte del trato si tú cumples con la tuya.
– Y qué quieres cenar, no creo que te interese una quesadilla ni una sopa instantánea. Digo, eres Dios.
– ¿Qué quieres cenar tú?
– ¿Yo? Costillitas de cordero y vino tinto.
Apenas terminé de decirlo cuando los platos y las copas estaban servidos.
Nos sentamos, los ángeles seguían de pie.
– ¿Ellos no cenan?, pregunté.
– Los ángeles son formas puras y por eso no comen. No lo necesitan.
– Pues qué ojete eres, mira que negarles ese placer.
– Justamente de eso quiero hablar contigo. Leí tu propuesta y estoy interesado en negociar.
Dios queriendo negociar conmigo y sentado a mi mesa. Casi escupo el vino con la carcajada que se me desparramó desde las entrañas.
Pero pronto dejó de ser tan divertido. Dios también quería tres cosas: que liara un porro de mariguana para Él, que le leyera el Tarot y que le presentara a una amiga que no tuviera miedo al compromiso. Qué original, joder.
Además sólo teníamos hasta las dos de la mañana para cumplir cada uno con su parte del trato y eran poco más de las nueve de la noche.
Conseguí la mariguana y le armé un cigarro bien gordo que se fumó sin invitarnos a los ángeles ni a mí. Mi lectura del Tarot no le gustó porque en todas las tiradas salió la carta del Diablo, pero en general estuvo bien.
El verdadero reto era encontrar a una chica que quisiera comprometerse. Por más que repasaba los nombres de mis amigas no daba con ninguna que quisiera una relación seria.
Él, que estaba cada vez más borracho y pacheco, empezó a tropezar con todo y a ponerse sentimental: que cómo chingaos iba a gobernarnos si Él no podía vivir nuestras pasiones. Que por qué carajos no lo habíamos diseñado como a los dioses de la mitología griega, con derecho a tener una esposa y a engañarla, con derecho a emborracharse, a cogerse a las esclavas. Que por lo menos lo hubiéramos pensado parecido a los Orishas de la religión yoruba y un divino etcétera, etcétera.
Me rendí.
– Oye Dios, tengo que decirte algo. Pude cumplir con dos de tus deseos, pero tenemos un problema generacional ¿sabes?, es imposible encontrar a una chica que quiera comprometerse, sobre todo si el compromiso es contigo.
Pobre, tenía cara de animalito perdido. Le había llegado el monchis y necesitaba azúcar para recuperarse. Le ofrecí una bolsa de mis preciados panditas rojos.
Entonces me dijo:
– Yo también voy a fallarte. Nunca te faltarán el vino tinto ni el chocolate. Pero multiplicar a los lectores es un milagro que ni yo puedo concederte. Ya lo sabes, nadie lee.
Desapareció junto con los ángeles. Mi cava se repletó de botellas de tinto de las más diversas uvas y regiones, en mi alacena no cabe otra barra de chocolate. Y de los lectores, mejor ni hablamos.
La cruda es desoladora.
¿Ven? ¿Ven por qué bebo?
@AlmitaDelia
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